domingo, 30 de junio de 2013

BUSCAS LA FELICIDAD


El hombre se pasa la vida buscando la felicidad sin saber que la trae consigo... sin darse cuenta que desde que nació viene con él.

Pero el hombre está tan ocupado en lo superficial, que jamás es lo suficientemente inteligente para mirar hacia el interior de otra persona, mucho menos en su propio interior...

Ya San Agustín decía:

"Te busqué entre las criaturas, en los placeres del mundo, en el poder y en el tener, y no te hallé... te busqué dentro de mí y te encontré".

Mucho se ha escrito sobre la felicidad, pero pareciera que ésta siempre se escapa, como la neblina, de la mano que la intente tomar.

La llegaremos realmente a poseer el día en que comprendamos que la felicidad no es exógena a nosotros.

Ni depende de la suerte, ni es mágica, sino que es más fácil de obtenerse:

La felicidad es la capacidad de disfrutar todo lo que la vida me depara.

La felicidad es una decisión: proponerme ser feliz con todo lo que tengo.

La felicidad es disfrutar los pequeños momentos y los detalles simples de la vida.

La felicidad implica aceptarme tal como soy, con mis defectos y limitaciones.

La felicidad es disfrutar al máximo a mis hijos pequeños.

La felicidad es una sonrisa, un beso, una flor y una caricia tierna.

La felicidad es amar y ser amado.

La felicidad es darlo todo, sin esperar nada a cambio.

La felicidad implica ser agradecido con la vida.

La felicidad es más dar que recibir.

La felicidad es gastarse y desgastarse por amor.

Desconozco su autor

Cargas Innecesarias – Fábula


Genjug quiso aprender el arte de la espada para calmar el odio que guardaba en el alma en contra del asesino de su padre. Fue a buscar a Hugen para que lo enseñara.

- Maestro –dijo Genjug-. Necesito urgentemente saber cómo usar una espada para vengar la muerte de mi padre, este odio no me deja en paz.

- Claro -dijo Hugen sin inmutarse-, pero necesito que me hagas un favor, debo llegar hasta la cima de aquella colina, podrías ayudarme a cargar esos costales, y cuando lleguemos, te prometo que te enseñaré.

Genjug, pensó que era lo justo y sin decir palabra tomó los costales pesados y ambos emprendieron el viaje. Aunque tuvo cierta inquietud por saber que contenían, no preguntó nada, porque imaginaba que lo más probable era que contuvieran algo muy importante para Hugen. Pero al llegar a la cima no aguantó más la curiosidad y ansioso preguntó:

- ¿Y los costales maestro, que contienen?

Hugen sin inmutarse otra vez, tomó los costales, los abrió y sacó de su interior montones de piedras que arrojó cuesta abajo diciendo:

- Ah, sólo piedras sin valor.

Al ver aquella escena Genjug gritó como loco:

- ¡Qué, he venido hasta aquí soportando este cansancio, cargando esos costales inútiles que sólo contienen piedras sin valor, y que aparte no sirven para nada. ¡Acaso está usted loco!

El maestro sin inmutarse por tercera vez, contestó:

- ¡Qué, has venido hasta mí, para aprender el arte de la espada cargando ese odio de venganza y ese rencor inútil que no sirve para nada. ¡Acaso estás loco!

En ese momento Genjug se iluminó y prefirió aprender… el arte del perdón.

Lo efímero de nuestra vida

 
Si pudiésemos tener consciencia de lo efímera de nuestra vida,
tal vez pensaríamos dos veces antes de ignorar las oportunidades
que tenemos de ser y de hacer a los otros felices.

Muchas flores son cortadas muy pronto; algunas apenas pimpollo.
Hay semillas que nunca brotan y hay aquellas flores
que viven la vida entera hasta que, pétalo por pétalo,
tranquilas, vividas, se entregan al viento.

Pero no tenemos como adivinar. No sabemos por cuanto tiempo
estaremos disfrutando este Edén, tampoco las flores
que fueron plantadas a nuestro alrededor.
Y nos descuidamos a nosotros mismos y a los otros.

Nos entristecemos por cosas pequeñas y perdemos un tiempo precioso.
Perdemos días, a veces años. Nos callamos cuando deberíamos hablar,
y hablamos demasiado cuando deberíamos quedar en silencio.

No damos el abrazo que tanto nos pide nuestro corazón
porque algo en nosotros impide esa aproximación.
No damos un beso cariñoso “porque no estamos acostumbrados a eso”
y no decimos lo que nos gusta porque pensamos
que el otro sabe automáticamente lo que sentimos.

Y pasa la noche y llega el día; el Sol nace y adormece,
y continuamos siendo los mismos. Reclamamos lo que no tenemos,o que no tenemos lo suficiente. Cobramos. A los otros.
A la vida. A nosotros mismos. Y nos consumimos,
comparando nuestra vida con la de aquellos que poseen más.
Y si probáramos compararnos con aquellos que poseen menos?
Eso haría una gran diferencia!

Y el tiempo pasa. Pasamos por la vida y no vivimos.
Sobrevivimos, porque no sabemos hacer otra cosa.
Hasta que, inesperadamente, nos acordamos y miramos para atrás.
Y entonces nos preguntamos: ¿Y ahora?
Ahora, hoy, todavía es tiempo de reconstruir alguna cosa;
de dar un abrazo amigo; de decir una palabra cariñosa;
de agradecer por lo que tenemos.
Nunca se es demasiado viejo, o demasiado joven, para amar,
para decir una palabra gentil, para hacer un cariño.
No mires para atrás. Lo que pasó, pasó.
Lo que perdimos, perdimos. Mira hacia adelante!
Todavía hay tiempo de apreciar las flores
que están enteras a nuestro alrededor.
Todavía hay tiempo de agradecer a Dios por la vida,
que aunque efímera, aún está en nosotros.

“Todo es efímero como el arco iris”. Virginia Wool
f

A QUIÉN PERTENECEMOS?


Un niño viajaba en un autobús por el centro de la ciudad y allí estaba, sentado, arrimándose muy cerca de una señora de traje gris.

Naturalmente, todos pensaban que el niño era suyo. No es de extrañar, por lo tanto, que cuando él refregó sus zapatos sucios en el vestido de la mujer que se sentaba del otro lado, ésta le dijo a la señora de traje gris:

- Perdóneme, pero ¿podría hacer que su hijo saque los pies del asiento? Sus zapatos me están ensuciando el vestido.

La mujer de gris se sonrojó. Luego dio un pequeño empujón al niño, y dijo:

- Este chico no es mío, nunca antes lo había visto.

El niño se retorció, incómodo. Era un niño tan chico. Sus pies colgaban del asiento. Bajó sus ojos y trató desesperadamente de contener un sollozo.

- Siento mucho haberle ensuciado su vestido - dijo a la mujer-, no quise hacerlo.

- Oh, está bien- respondió ella algo perpleja. Luego, viendo que los ojos del niño seguían fijos en ella, agregó:

- ¿Estás yendo a algún lugar solo?

- Sí -replicó el niño-, yo siempre voy solo. No hay nadie que vaya
conmigo. Yo no tengo ningún papá ni mamá. Los dos se murieron. Yo vivo con la tía Clara, pero ella dice que la tía María debería ayudar cuidándome un poco. Por eso, cuando se cansa de mí y quiere irse a algún lado, me manda para que me quede con la tía María.

- Oh -dijo la mujer- ¿vas a casa de tu tía María ahora?

- Sí -continuó el chico, pero a veces la tía María no está en casa.

Espero que esté hoy, porque parece que va llover y no quiero quedarme en la calle cuando llueva.

La señora sintió un nudo en su garganta, y dijo:

- Tú eres muy pequeño para que te estén pasando de una casa a otra así.

- Oh, a mí no me importa -dijo el niño-. Yo nunca me pierdo. Pero, a
veces, me siento muy solo. Por eso cuando veo a alguien a quien me gustaría pertenecer, me siento muy cerca, y me arrimo y hago de cuenta que pertenezco a esa persona. Yo estaba jugando a que era de esta otra señora, cuando le ensucié a usted el vestido. No me di cuenta de lo que hacía con los pies.

La señora puso sus brazos alrededor del chico y lo apretó contra sí, con tanta fuerza, que casi lo dobla. Él quería pertenecer a alguien. Y, en lo profundo de su corazón, ella deseaba que el chico fuera suyo.

Este pequeño, en su manera simple e infantil, había expresado una necesidad universal. Y es que no importa quién se sea, o qué edad se tenga: todos queremos pertenecer a alguién...

Desconozco su autor