sábado, 23 de abril de 2011

PROBLEMAS

                                                            

Erase  una  vez  un  sabio muy conocido que vivía en una montaña del Himalaya. Cansado de convivir con los hombres, había optado por una vida sencilla, y pasaba la mayor parte de su tiempo meditando.

Este sabio, como era un hombre muy compasivo, no dejaba de dar un consejo  aquí  y  otro  allá. A  pesar de todo, éstos aparecían en grupos cada vez mayores   y, en cierta ocasión, una  multitud  se  agolpó  a  su puerta  diciendo  que  en el periódico local se habían publicado que el sabía cómo superar las dificultades de la vida.

El sabio  les  pidió  a  todos que se sentasen y esperasen. Cuando ya no quedaba  espacio  para  nadie más, él se dirigió a la muchedumbre que esperaba frente a su puerta:

-Os  os  voy  a  dar  la  respuesta  que  todos  queréis.   Pero  debéis prometerme que, a medida que vuestros problemas se solucionen, les diréis a  los  nuevos  peregrinos  que me fui de aquí, de manera que yo pueda continuar  viviendo  en   la soledad que tanto anhelo. Contadme vuestros problemas.

Alguien comenzó a hablar, pero fue inmediatamente interrumpido por otras personas, ya que sabían que aquélla era la última audiencia pública que el hombre santo daría, y temían que no tuviera tiempo de escucharlos a todos. El sabio dejó que la escena se prolongase un poco más, y por fin gritó:

-¡Silencio! Escribid vuestros problemas y dejad los papeles aquí, frente a mí.

Cuando  todos  terminaron,  el sabio  mezcló  todos  los papeles en una cesta, pidiendo a continuación:

-Id pasando esta cesta  de  mano  en mano,  y que cada uno saque un papel y  lo lea. Entonces  podréis  cambiar vuestro problema por el que os ha tocado, o pedir que  os devuelvan  el papel  con el problema que escribisteis originalmente.

Todos los presentes  fueron  tomando  una  de las  hojas  de papel, la leyeron, y  quedaron  horrorizados.  Sacaron  como  conclusión  que aquello que habían  escrito, por muy malo que fuese, no era tan serio como lo que afligía a sus vecinos. Dos horas después, intercambiaron los papeles, y  cada  uno  volvió  a  meter  en su  bolsillo  su problema personal,  aliviado  al saber que su aflicción no era tan dura como se imaginaba.

Agradecieron  la lección, bajaron  la montaña con la seguridad de que eran más felices que los demás, y –cumpliendo el juramento realizado- nunca más permitieron que nadie perturbase la paz de aquel hombre santo.

Paolo Coelho

Tus problemas son pequeños comparados con los de tu vecino.

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